No tenía tiempo para nada. Deseaba que los días tuvieran treinta horas. Trabajaba todo el día como administrativo en una empresa y paralelamente luchaba en hacer funcionar mi proyecto.
Días enteros de trabajo, en un lado y luego en otro. Trabajando para ganar dinero y vivir y trabajando para hacer despegar mi negocio.
Durante mi jornada laboral por cuenta ajena revisaba cientos de emails cada día, hacía llamadas de teléfono, gestionaba documentación y me pasaba todo el día delante de la pantalla del ordenador.
Al terminar mi jornada de 8 horas siempre me surgía algo para hacer. Ir al supermercado a comprar, poner una lavadora, planchar las camisas, ir a recoger el coche al taller, acompañar a mi mujer a hacer algún recado y un sinfín de tareas y compromisos que me impedían trabajar en mi proyecto.
Después de esas jornadas maratonianas estaba tan cansado que solo tenía ganas de sentarme en el sofá a ver un poco la televisión o a leer algún libro, pero no me apetecía nada ponerme a trabajar para hacer realidad mi negocio online (y era algo que deseaba con todas mis fuerzas).
Así pasaron meses y años, dando vueltas en una misma rueda, la cual siempre me llevaba al mismo sitio. Me quejaba de que quería dejar mi trabajo, pero no me ponía a trabajar en mi negocio porque llegaba cansado del trabajo. Por lo tanto, al no ponerme a trabajar en mi negocio nunca llegaba el momento de dejar mi trabajo.
Llegó un momento en el que debía tomar una decisión. O me resignaba en seguir siendo un trabajador por cuenta ajena con la sensación amarga de no haber sido capaz de ser emprendedor o debía buscar una solución que me permitiera trabajar en mi proyecto.
Una tarde me senté a pensar cuál era el verdadero problema de esta situación. Me paré a pensar en las cosas que realmente eran importantes para mí. Y ese día, por fin, vi algo de claridad.
Claramente el problema era que el cansancio diario me impedía trabajar en construir mi plan b, en hacer realidad mi negocio online, pero para mi era muy importante conseguirlo. En la lista de prioridades que me hice aquella tarde, montar mi negocio para dejar mi trabajo por cuenta ajena, era una de las más importantes. Por lo tanto, decidí darle la importancia que se merecía, costase lo que costase.
Si por las tardes, al salir del trabajo, no conseguía ponerme a trabajar, entonces debía hacerlo por las mañanas, antes de ir a trabajar.
Decidí levantarme cada mañana a las 5 y ponerme a trabajar en construir mi sueño. A esa hora estaba despejado, no había nadie despierto, no había llamadas de teléfono, ni supermercados donde ir a comprar, ni lavadoras que poner. No había distracciones.
Esa fue la mejor decisión que pude tomar. Darle prioridad a mi sueño. De esta manera, cuando me iba a mi trabajo a las 8 de la mañana yo ya tenía lo importante del día hecho. Ya había dado el paso necesario diario para estar más cerca de mi sueño.
Ahora, por las tardes, ya me podía poner a ver la televisión, a ir a comprar o, simplemente descansar, porque ya había trabajado en mí.